domingo, 10 de mayo de 2020

FRANCO ELEGIDO GENERALÍSIMO

El decreto número 138 de la Junta de Defensa Nacional firmado el 29 de septiembre de 1936 y publicado al día siguiente en la zona dominada por los militares sublevados nombraba a Francisco Franco jefe del Gobierno del Estado Español. En la práctica, este decreto suponía la extinción precisamente del organismo que la emitía y que había coordinado las acciones de los sublevados desde el 25 de julio. Franco a partir de ese momento lo era todo, jefe del Gobierno, del Estado, cabeza del ejército de tierra, mar y aire y como tal mando supremo de las operaciones militares contra el Gobierno del Frente Popular al que acabaría derrocando.
Palacio Episcopal de Salamanca, cuartel general de Franco

La decisión de conceder la jefatura suprema a Franco fue tomada en una reunión de los mandos militares sublevados que tuvo lugar el 21 de septiembre en uno de los barracones del aeródromo de San Fernando habilitado en una finca propiedad del ganadero taurino Antonio Pérez Tarbernero en el término municipal de Matilla de los Caños a unos 30 kms de Salamanca.


En un barracón perfectamente camuflado en medio de un campo de encinas que la aviación alemana había convertido en pista de despegue y aterrizaje, se produjo la reunión definitiva de los generales y coroneles sublevados a fin de unificar el mando en busca de una mayor eficacia en la guerra y en ausencia del en inicio líder indiscutible del levantamiento, el general Sanjurjo, fallecido en accidente de aviación. Presidió el encuentro Cabanellas, y asistieron también los miembros de la Junta, Franco, Mola, Queipo de Llano, Dávila, Saliquet, Gil Yuste, Orgaz, Montaner y Moreno Calderón. El general Kindelán, que no era miembro de la Junta, también estaba presente. Tras decidir que hacía falta nombrar un generalísimo para ganar la guerra, se pasó a elegir a la persona más adecuada. Llegado el momento de votar, los dos coroneles (Moreno Calderón y Montaner) dijeron que preferían abstenerse debido a su inferior graduación (el resto eran generales). Kindelán fue el primero en pronunciarse por Franco, y le siguió Mola; luego también votaron por él Orgaz y todos los demás. Sólo Cabanellas decidió abstenerse.
         


Kindelán hace el siguiente relato de los hechos en su libro La verdad de mis relaciones con Franco (Barcelona, 1981): 


"En la reunión matinal, que duró tres horas y media, nos dedicamos a discutir varios asuntos provistos de interés, pero que no lo tenían tanto como el mando único. Así lo manifesté por tres veces sin conseguir que pusiéramos a discusión este asunto primordial, a pesar de haber sido apoyado activamente en este deseo por el General Orgaz. Me pareció observar, con cierta desilusión, que mis propósitos no encontraban ambiente en la mayoría de los reunidos. Reanudada la junta a las cuatro de la tarde, planteé resueltamente el asunto, sin ambages ni rodeos, encontrando acogida displicente en varios vocales. Hubo la decidida y clara oposición del General Cabanellas, quien sostenía que la cosa le parecía prematura aún, y que no era imprescindible para el mando único que éste recayera en una sola persona, pues había dos modos de dirigir la guerra: por un Generalísimo o por un Directorio o Junta. Yo asentí, precisando: «En efecto, existen esos dos modos de dirigir las guerras; con el primero se ganan, con el segundo se pierden». Por fin, se puso a votación mi propuesta, que fue aprobada con el solo voto en contra del General Cabanellas, fiel a su convicción. Pasóse a votar en seguida el nombre de la persona que había de ser nombrada Generalísimo, y como, al comenzar de moderno a antiguo, los dos coroneles se recusaron como votantes, por su grado, yo, para evitar soluciones violentas y romper el hielo, pedí votar el primero y lo hice a favor de Franco, adhiriéndose inmediatamente a mi voto Mola, Orgaz, Dávila y Queipo de Llano, y sucesivamente, los demás asistentes, salvo Cabanellas, quien dijo que, adversario del sistema, no le correspondía votar persona alguna para un cargo que reputaba innecesario".


Finalizada la guerra, en 1946 volverían a recordarse los hechos, cuando la Diputación de Salamanca decidió erigir un monolito y una capilla en homenaje a Franco. La capilla dedicada a Santiago Peregrino «por expreso deseo de Franco».Se encarga al arquitecto Eduardo Lozano Lardet, con una importante obra «racionalista» en ciudades como Madrid o Valladolid, además de en la propia Salamanca, donde trabajó en la construcción del Hospital de la Santísima Trinidad y como urbanista en el diseño del ensanche. La capilla se acabó en 1949 pero no fue inaugurada hasta siete años después, concretamente hasta que en septiembre de 1956 el propio Franco regresó al antiguo aeródromo de San Fernando para conmemorar sus 20 años como jefe de Estado.

En la actualidad, la ermita se encuentra en ruinas, con el interior vacío, sin puertas ni cristaleras y con el techo a punto de derrumbarse. Del barracón en el que se eligió a Franco jefe absoluto y en el que se ubicó el monolito, solamente queda un espacio de piedras. 

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